Parece una tontería, pero a veces no sé ni por dónde empezar. A veces me siento tan abrumada con todo, que ni siquiera sé lo que me pasa. Otras, sin embargo, me siento tan vacía que me asusta no poder sentir nada. Y da miedo, claro que da miedo. Da miedo ver todo y no poder tocar nada. Estar en un día radiante y que, pese a ello, los rayos del sol ni te alcancen. Y es cuando empiezas a preguntártelo, ¿hay algo malo?, ¿he hecho algo mal?, ¿qué he hecho para merecer esto?
Pero se pasa. No de repente, pero a poco a poco. Puede que no te des ni cuenta, pero cuando quieres acordar llevas una semana sin llorar, un mes, dos…
Lo mismo no, lo mismo caes. Y bueno, ¿qué? Está bien. Si algo he aprendido en los últimos meses es que no hay nada malo en estar mal, que no debemos martirizarnos por ello y que las penas igual que vienen, se van y poco a poco, las cosas se van aclarando.
A veces estoy tan confusa que no sé quién soy, tan perdida que me cuesta reconocerme. Es ahí cuando hay que pararse a pensar, restablecer prioridades y volver a empezar. Parecerá una tontería, pero a veces nos sumimos tanto en la rutina que nos hundimos hasta casi ahogarnos. Es importante no dejarnos arrastrar ni por la corriente ni por las obligaciones que, muchas veces, carecen de sentido.
Si algo me han enseñado en los últimos meses es que no hay que cargar con el peso de todo, que está bien compartir las cargas e incluso dejar algunas atrás, que eso no nos hace peores personas. Si no se puede, no se puede, forzarse a ello carece de sentido.
También que no vale únicamente con querer estar bien, que eso no hace nada. Hay que pedir ayuda y no pasa nada. Está bien. No molestas, no hay nada malo, aunque a veces no te lo creas.
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